


El brazo oriental de la L, orientado de norte a sur, alberga en planta primera el espacio privado de los propietarios y su planta baja se funde con el espacio exterior anexo a la gran encina. El lado occidental, orientado de este a oeste, dispone en planta sótano de espacios de servicio, espacios de día en planta baja y dormitorios para los niños en planta primera. Ambos brazos se encuentran desfasados media planta entre sí, propiciando la adaptación de la vivienda a la topografía existente. La conexión entre estas medias plantas se resuelve mediante un volumen de acceso generosamente acristalado, que actúa como vestíbulo principal, charnela entre los dos brazos de la L y, como se ha indicado, elemento de conexión de los diferentes niveles.



La vivienda aspira a tener una cierta imagen mediterránea, mediante la combinación del blanco y una mampostería de piedra careada típica del Levante español. Al mismo tiempo, debido a la fragmentación volumétrica y el juego de niveles, no pretende tener un carácter objetual o impositivo, sino asentarse suavemente en el entorno, buscando la proximidad de los árboles y atenuando su presencia mediante el juego de luces y sombras propiciado por esta proximidad. En cuanto al espacio interior se busca esa misma continuidad con el entorno, manifestada singularmente en dos ámbitos. Por un lado en la sala polivalente del brazo oriental, que como se ha indicado pretende, sobre todo en los meses de buen tiempo, fundirse con el espacio exterior junto a la gran encina. Y por otro en el salón comedor del brazo occidental, en el que cuatro grandes ventanas correderas cierran un frente de 10 metros de longitud y pueden hacerse desaparecer, permitiendo la fusión total de dicho espacio con el porche y el jardín del lado sur de la parcela.


El único momento en el que el proyecto se vuelve más asertivo es en el volumen de acceso. El propietario deseaba un espacio que, a partir de recuerdos de los veranos de su infancia, él llamaba “mar de cristal”: un espacio donde al entrar pudiera dejar atrás los agobios y las preocupaciones del día a día y tener la sensación de haber llegado a casa. Este espacio, que en su punto más alto alcanza casi los 10 metros, negocia con la topografía y los desplazamientos verticales de las piezas de la casa, y a la vez tiene un fuerte carácter escenográfico: desde la entrada un balcón permite divisar la zona inferior, con la gran encina al fondo; a la derecha da acceso al gran salón, con el que también se conecta visualmente mediante una rasgadura horizontal; a la izquierda permite ascender al espacio privado de los dueños y, finalmente, un puente comunica este punto con la zona de los niños. Confiamos en que la escala, la visión del jardín posterior, la luz de mediodía inundando el espacio y el juego de elementos de comunicación sean capaces de propiciar esa sensación de “mar de cristal” que el propietario anhelaba y dio origen a su casa.

